Cuéntanos cómo pasas de la ingeniería a la literatura y cómo llegas a la corrección.
Acabé el colegio e ingresé a la Universidad de Ingeniería al año siguiente. Nunca me pregunté, en serio, qué deseaba hacer en el futuro, sino que adopté como norte dos tendencias que gravitaban en mi vida: por un lado, varios primos y tíos estudiaban ingeniería o ya ejercían la profesión de ingenieros; por otro, en el mundo de los números y el cálculo obtenía buenos resultados. Recién a los 20 años, o un poco antes, me pregunté si en verdad quería dedicarme a la ingeniería. La respuesta me tomó meses, así como mi primera gran decisión: no. Prefería entregarme al gusto de contar historias.
Esta no es la anécdota del individuo hechizado por la narrativa desde su niñez, pero que elige las ciencias por un sentido práctico. Yo lo hice por afinidad familiar y una pobrísima introspección vocacional. El hecho es que, en la escuela, el curso de literatura no me interesó mucho, pero sí el de historia. Me fascinaron desde entonces los relatos del pasado en torno a la configuración de la humanidad, y dejé la ingeniería para escribir una novela histórica. A partir de ahí fui desarrollando otras ambiciones literarias.
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Leer la entrevista completa en el n.º 6 de la revista Deleátur.