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Una de las formas más fáciles de resolver una duda lingüística y (si todo va bien) de ganar una apuesta es abrir Twitter y preguntar a la Real Academia Española.
Tras una primera reacción de rechazo frente a la medida impuesta por la RAE, una parte de los hablantes empieza a aceptar la desaparición de la tilde en el adverbio sólo.
Todas las comunidades autónomas de España, salvo las Islas Canarias, están en alerta por bajas temperaturas y rachas de viento; la ola de frío, nos dicen las informaciones meteorológicas, llega a su punto álgido estos días. Y, claro, si lo contamos así, ya nos empiezan a asaltar las dudas.
Yo también fui tildista: defendía que solo (el adverbio que equivale a solamente) debía llevar tilde, al contrario que solo (adjetivo). No era el único, claro.
A fuerza de ver la palabra etcétera escrita en abreviatura llegamos a olvidarnos de su forma original.
Los latinoamericanos (y uno que otro español) suelen decir que el doblaje de su país es el mejor del mundo hispanohablante.
Lejos de ser una disquisición peregrina entre especialistas, la tilde en solo despierta ánimos encendidos en los no pocos hablantes que la defienden con pasión.
Los anunciantes del automóvil se curaron en salud y lo ponían fácil: «Descubre el efecto de ir a buscar algo y encontrar algo mejor».
«No tenemos wifi, hablen entre ustedes”. Es el cartel tras el mostrador de una cafetería en San Cugat del Vallés a la que suele ir a desayunar Santiago Tejedor. Al mirarlo, sonríe, pero no le extraña.
Algunos de nuestros vocablos son trampas mortales hasta para el más esforzado de los guiris.
El trabajo de la Fundación del Español Urgente, en el programa El canto del grillo de RNE.
Hay palabras que se resisten a veces incluso a la gente que por regla general escribe bien.
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