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¿Existe alguna forma de vacile más divertida que la de increpar a las instituciones oficiales para los asuntos más mundanos?
Un día, hace tiempo, coincidí en una biblioteca municipal con un grupo de adolescentes. Por lo visto, un profesor les había pedido que consultaran un libro («¡No está en internet!», exclamaban de vez en cuando, espantados, como si buscaran un grimorio) y aquellos chavales, un poco amedrentados y nerviosos, vagaban entre los estantes.
Muchos de los problemas con el uso de nuestra lengua, de los que nos quejamos hoy tan insistentemente, tienen su origen en una mala formación.
Recordamos en este artículo las tres recomendaciones que han tenido más visitas en el pasado mes de febrero.
Aunque ningún lingüista serio defendería la existencia de variedades de español buenas y malas, los cuñados de la lengua siguen proclamando con entusiasmo que el mejor español es el de Valladolid y que los andaluces hablan fatal.
Las nuevas tecnologías de la comunicación tienen un enorme potencial para cambiar la sociedad del siglo XXI. Pero además, poseen la capacidad para transformar también nuestro lenguaje.
Después de comernos con patatas la gentrificación, ahora llega la gamificación.
El verbo instar exige un complemento con a.
La palabra gente contradice al refrán, porque abarca y aprieta en igual medida.
Lo hizo en los años siguientes a la depuración a la que la sometió el franquismo, bajándola 18 niveles en el escalafón. En plena posguerra, la filóloga y lexicógrafa aragonesa comenzó a trabajar en su diccionario. Hoy se cumplen 50 años de su primera edición.
Las utilizamos tanto y para asuntos tan triviales que minimizamos su impacto. Un vocablo negativo necesita al menos cinco positivos para compensar su efecto. ¿Por qué entonces no aprovechamos sabiamente un recurso que cuesta tan poco?
Sin dudas que las nuevas tecnologías influyen en todos los idiomas, pero a nosotros nos preocupa el español.
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